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* Maguez,... esencia de higueras



Lanzarote
Con tu pelo tendido
vas por las sombras,
con tu pelo tendido
blanca paloma.
Tienes unos ojitos
de picaporte,
cada vez que los cierras
yo siento el golpe.

Arranca, arranca
arranca, arranca,
yo no fui quien te puse
paloma blanca.

En la mar de tu pelo
navega el peine,
con las ondas que forma
mi amor se duerme.

De Canaria venimos
pintores nuevos,
para pintar la Virgen
de Los Remedios.

Arriba, arriba,
arriba, arriba
arriba está el que premia
y el que castiga.

Señores tocadores
pongan cuidado,
que va a terminar
estas seguidillas
con este cantar.
romancero popular canario

Haría y Máguez son dos pueblos del norte de Lanzarote conocidos por disponer de las vegas agrícolas más prósperas de la isla.

Entre
ellos hay muy poca distancia y los vecinos recorrían dos caminos diferentes para ir de uno al otro: el de Los Cascajos –que era empedrado y hoy lo cubre la carretera asfaltada, “se llamaba así porque no era sino cascajos, que iban las más viejas que yo al baile a Haría y perdían los tacones entre aquellas piedras”, relata Dorina Torres Bonilla, vecina de Máguez– y el de La Atalaya –hoy en desuso, entre huertos abandonados de viña e higueras–.

Este último era muy transitado, pues en la degollada que hay a medio camino había una molina y un molino ya desde el siglo XIX, el segundo de los cuales todavía molía hasta bien avanzado el siglo XX. Eran molinos de viento que fueron sustituidos en su labor por otros tantos que abrieron en el propio pueblo de Haría y funcionaban con motor de explosión (se les llamaba “de fuego”).

Cuando no había petróleo (en los primeros años de la dictadura franquista), “para moler en las molinas de fuego había que coger una medida de petróleo por la cartilla, que una medida molía cinco o seis kilos de grano”, dice.

Dorina no conoció sino las ruinas de los molinos que había en La Atalaya, pero “le oía decir a mi madre, que allí cerca tenía un cachito de viña mi abuelo y ella iba con el burro y los taleguitos de millo al molino, que allí había un molinero viejito que decía ‘¡arriba Silvano!’ al muchachito que tenía trabajando, porque había que subir unos escalones para echar el millo en la tolva”.

Desde Máguez “el camino era estrechito, pero tenía cachitos de piedra y cachitos de tierra.

Todo el mundo no iba sino por allí, a moler; bueno, cuando yo lo conocí ya no se iba a moler, sino que íbamos a Haría a comprar tabaco para los viejitos cerca de las primeras casas del pueblo. Enseguida llegábamos”.
Rulos de latón
Entre las anécdotas que conoce, Dorina cita una muy curiosa:

“Cuando las muchachas más viejas que yo todavía eran solteras, vino la moda de la permanente y había un latonero que tiraba los recortes de las latas en una tierra, del molino para abajo.

Entonces las muchachas iban a buscar los recortes de lata, los envolvían en un papel y se hacían las permanentes, los recortes se enroscaban [como rulos] en la cabeza, se quitaban al cabo de una hora o dos y ya estaban los pelos rizados”.



En La Atalaya y en la ladera por donde sube el camino desde Máguez había huertas en los que crecían frondosos los morales y subir a coger moras era todo un acontecimiento para los jóvenes.

 “Abuelito, donde tenía las parras tenía un moral grande y nosotros íbamos por el callejón del Molino –nombre por el que conoce Dorina al sendero– ¡bueno! un rancho de muchachos con las palanganas y cantando íbamos a comer moras allí.

Con las palanganas traíamos para la casa, para comerlas con gofio porque no había nada.

Era una cosa de la juventud, porque se juntaban machos y hembras y allí se hacían noviazgos”.

Gofio y tocino
Las tres comidas del día “no era sino gofio”, dice.

“Por la mañana se guisaba suero, porque no se comía la leche, con gofio; a mediodía, potaje con gofio; y a la noche el mismo caldo, calentado, con gofio y un cachito de tocino para los hombres.

Mi padre, el pobre Dios lo tenga descansando, me dejaba un cachito de tocino porque a mí me gustaba.

Apenitas, porque se lo echaban para ellos los que estaban trabajando”.

Y a partir del Día de los Santos, ya se podían comer higos pasados y porretos (tunos o higos picos pasados).

Era en esta fecha cuando se sacaban por primera vez y se consumían durante el invierno hasta gastarlos (en Canarias tenemos dos estaciones en los campos, del verano se pasa al invierno y viceversa).

“Para el día de los Santos y el día de Finados, chiquita yo, me acuerdo que mi madre nos daba a mi hermano (Dios lo tenga descansando) y a mí a cada uno un zurrón y nos decía: ‘vaygan a pedir la limosnita de los Santos’, y dos viejitas vecinas (¡que tenían una fruta más hermosa!) nos llenaban el zurrón; no íbamos a casa de más nadie, sino a casa de esas dos”.


Información recogida del artículo publicado en pulligofio.com: “A coger moras para hacer noviazgos” escrito por Yuri Millares


Además,  en esta población existe un aula educativa del Cabildo que es de interés referenciar, dado que le da poso y peso a esta localidad.

Este Aula de la Naturaleza está situada en el Norte de Lanzarote, en la localidad de Máguez, término municipal de Haría.

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