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Los majos

Hasta la conquista de Juan de Bethencourt, vivían en Lanzarote sus primeros pobladores, conocidos comúnmente con el nombre de “guanches” en Canarias y “majos” en Lanzarote.

“Guanches” es el nombre con el que se conoce a la totalidad de los pueblos autóctonos de Canarias pero, en realidad, se trata del nombre de los indígenas de la isla de Tenerife.

Cada isla tenía su propia población con sus propios estilos de vida. Los Majos eran un pueblo neolítico formado por bereberes de tipo cromañoide, que llegó a la isla procedente de África del Norte, concretamente de Marruecos, sobre el año 1.000 a. de C.

Los Majos eran un grupo superviviente del cromañón europeo, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta la proximidad de África del Norte, y de Marruecos, en particular.

Pero sus orígenes están llenos de interrogantes, ya que muy pocos arqueólogos han investigado en profundidad sobre estos pueblos. 

 Los cuadernos de viaje de la época de los descubrimientos hablan de una población de aspecto europeo, con hombres altos de piel clara y cultura primitiva.

Los Majos fueron descubiertos en un estado material primitivo. Su cultura, muy básica, se basaba en la ganadería y en la pesca. Tanto los pastores como los pescadores primitivos vivían en cuevas.

Sin embargo, estaban muy adelantados en cuestiones morales y religiosas.

Adoraban al sol, la luna, la montaña y tenían un gran sentido de la justicia. Se han descubierto casos complejos de momificación semejantes a los de los egipcios y los incas.

Hay que señalar que las mujeres de los Majos gozaban del privilegio de la poliandria: cada una tenía tres maridos que se turnaban con los cambios lunares.

Cuando tuvo lugar la conquista española, en el siglo XV, Lanzarote contaba con una población autóctona de 300 personas, establecidas en el centro y norte de la isla en la región de Acatife.

Contrariamente a lo ocurrido en las invasiones de las otras islas, los Majos no opusieron resistencia alguna. 

A pesar del importantísimo impulso que han experimentado recientemente las investigaciones históricas y arqueológicas en Lanzarote, todavía persiste en el imaginario popular la tendencia a trazar en la Historia insular una frontera conceptual coincidente con el hecho de la conquista castellana. Desde esta perspectiva se producen dos lecturas ostensiblemente disgregadas, una para la Tyteroygatra de los majos y la otra para el Lanzarote de los conquistadores y sus descendientes. La conquista vendría a establecer así un antes y un después entre lo primitivo y lo civilizado.

Antes de 1402, los majos. Una cultura neolítica -poco más que recolectores- y sin más contacto con el exterior que observar pasmados el horizonte de un mar que no comprenden en busca de piratas. Y tan nobles en su primitivismo que excluían la esclavitud de entre sus prácticas, por más que Tyteroygatra viniese
siendo desde siglos atrás punto comercial notorio del tráfi co con humanos.

Después de 1402, la civilización. La simplifi cación nos presenta un aluvión de gentes sin escrúpulos  rocedentes de los más diversos rincones de Europa, amparados por la Corona de Castilla y la Iglesia Católica (por entonces no romana).

En el caso canario, ese ‘punto cero’ entre barbarie y civilización coincide además con otra división de orden metodológico. En la medida en que escasea la documentación escrita sobre la cultura aborigen anterior a la conquista, los majos y demás canarios antiguos han tenido que pechar con la mala fortuna de ser no sólo primitivos sino también prehistóricos.

No negaremos que el desembarco europeo supuso para Lanzarote un punto muy importante de infl exión en su trayecto histórico. Ni tampoco que los modos castellanos se impusieron sobre todo por la fuerza. Pero la lectura de 1402 como un vuelco radical entre una cultura que desaparece por completo y es sustituida al
momento por otra es sencillamente inverosímil. Al menos algo ingenua. Estaremos más cerca de pensar aquel lapso histórico como un desleimiento progresivo y relativamente lento de dos culturas anticuadas en una nueva concepción del cosmos, de la política y de la sociedad. Aquellos tiempos renacentistas y estatalizantes
se llevarían por delante no solo la cultura aborigen de los majos, sino también el orden fragmentario feudal con el que llegaban los castellanos.

Nos interesa indagar en este periodo de interacción y de cambio que se extiende desde mediados del siglo XIV hasta fi nales del siglo XV, utilizando como hilo conductor argumental una cierta lectura del territorio heredado de los majos.

O más bien una lectura de su estrategia territorial. Esquivaremos la ortodoxia científi ca y antepondremos la sospecha del indicio a la prueba del texto escrito y también a la interpretación del vestigio arqueológico.
Estas estrategias territoriales que perseguimos tienden a ser muy permanentes.

No son fáciles de cambiar y en todo caso se precisa mucho tiempo para ello. Son el resultado de una síntesis difusa en la que participan lo social, lo económico, lo militar, lo étnico, lo tecnológico, lo urbanístico… en fi n factores muy diversos evolucionando alrededor de las posibilidades materiales de un medio físico concreto que se resiste tozudamente a cambiar.

En el plano que nos ocupa, Lanzarote ya estaba territorialmente civilizada a la llegada de los castellanos. El territorio insular estructurado por los majos no sólo fue capaz de incluir las novedades poblacionales y tecnológicas que aportó la conquista, sino que en buena parte esa estructura pervive con plena vigencia
todavía hoy.

Así pues, lo que sigue no pretende ser una aportación histórica. Es mucho lo inferido y lo imaginado. Este es por tanto un relato especulativo y tendencioso.

Una suma de fragmentos zapeados sin orden ni concierto que cada cual sabrá coser a su manera.

En el siglo XIV los nativos que encuentran los europeos hablan en cada isla una lengua diferente, de las que no ha quedado registro escrito. Es más que probable que derivasen de un origen norteafricano común, aunque lo sufi cientemente perdido en el tiempo como para que no se entendiesen los unos con los otros, excepción hecha de los aborígenes de Lanzarote y Fuerteventura. En cada isla se nombraban a sí mismos de manera distinta -majos, guanches, bimbaches, etc.- también con la excepción de Lanzarote y Fuerteventura y se organizaban en grupos tribales. A la llegada de los conquistadores sólo hay unidad política en Lanzarote y El Hierro -en las demás islas hay más de un jefe- si bien en épocas anteriores no tuvo por qué ser así. La economía se basaba fundamentalmente en la autosufi ciencia insular. Cada tribu tenía su propio dios o dioses con los que el rey tenía algo que ver. Eran por lo tanto siete conceptos territoriales -como poco seis- aislados entre sí. No se reconocen entre ellos como próximos ni siquiera ante la llegada del invasor. Para cada isleño el vecino de otra isla era tan extraño como pudiese serlo un mauritano, quizá con la mencionada excepción de Lanzarote y Fuerteventura.

Así pues, para un majo de Tyteroygatra del siglo XIV, la isla signifi ca mucho más que un cierto ámbito bien defi nido. El borde de la marea delimita no solo su espacio físico, sino también la totalidad de su espacio social, religioso, económico y político. La isla constituye por tanto un mundo completo en sí mismo.

Socialmente pleno y perfectamente diferenciado de cualquier otro. Si aceptamos además que Tyteroygatra pudo haber sido entonces aquel plus ultra de promisión anunciado por casi todas las tradiciones -incluidas las norteafricanas- no es difícil comprender que aún hoy perviva la percepción de Lanzarote como una entidad
territorial muy bien defi nida y con un carácter único. Es un poso profundo que va más allá de narcisismos inevitables o de lo singular del paisaje de Timanfaya.

La percepción de Tyteroygatra como entidad insular ‘terminada’ ya comportaba a la llegada de los astellanos un importante rasgo de extrañamiento territorial, que ha sobrevivido en gran medida a cuantas acciones administrativas y políticas posteriores implicaban diluir esa percepción en ámbitos territoriales
más amplios.

Lanzarote dista más de cien kilómetros de cualquier otro lugar, excepción hecha de Fuerteventura. Para la época que consideramos, una distancia más que sufi ciente para considerarse aislado incluso en tierras continentales.

Los majos no sabían navegar. A partir de esta afi rmación se suele concluir que su contacto con foráneos era particularmente escaso y que, desde luego, tenían un grado de civilización muy atrasado. Consideremos algunas cosas.

En primer lugar no estará de más señalar que a los norteafricanos de entonces bien pudo bastarles un trozo de madera y una docena de brazos para alcanzar la isla, como todavía hoy demuestran casi a diario. Para trasladarse entre África y Lanzarote no hacen falta ni grandes conocimientos de navegación ni mucho más que un bote de remos. Para ir o venir desde Fuerteventura tampoco. La consideración de este enfoque nos permite imaginar un cierto trasvase de gentes entre las islas y también con el continente africano que pudo venir sucediendo desde tiempos muy remotos, como todos los indicios sugieren Sin embargo, llegar a la isla con ganado y simientes precisa de medios marinos más consistentes. Así que en algún momento remoto alguien debió alcanzar Tyteroygatra en un buen barco y con conocimientos de navegación. La probabilidad más elemental anima a conjeturar que las arribadas de ‘antiguos’ pudieron ser relativamente frecuentes pues, además de los posibles navegantes norteafricanos, los europeos tenían datos y motivos para aventurarse en el Atlántico desde al menos el siglo III antes de Cristo. Por otra parte, está documentado que los exploradores genoveses y venecianos frecuentaban estos mares cien años antes de la llegada de Bethencourt y Gadifer.

De manera que, ¿cómo es que los majos no tenían fl ota alguna en 1402? Los relatos de los conquistadores descartan la posibilidad de que tuviesen barcos con anterioridad al desembarco normando y que la fl ota hubiese sido aniquilada recientemente. Tampoco es fácil imaginar a los majos reparando y reponiendo
embarcaciones de cierto porte sin disponer apenas de madera en la isla. Y en todo caso, ¿qué iniciativa como navegantes podría interesar a una civilización de dos mil almas?

Así pues, los majos no navegaban. Pero, ¿qué hacían entonces con los excedentes de pieles que producían? Si todo lo más disponían de algún pequeño bote, ¿tenían que volver remando hasta Papagayo cada vez que cazaban cuatro focas en la isla de Lobos?

La civilización española de hoy día desconoce la tecnología de fabricación de chips electrónicos. Sin embargo, no podemos decir que sea una civilización atrasada en el uso de la electrónica, toda vez que ese ‘retraso tecnológico’ es perfectamente asumible en una economía de escala altamente globalizada. Al propio
tiempo, nada más moderno hoy que recurrir a la externalización de servicios como medio de supervivencia para las empresas con pocos medios humanos.

Trasladando estas consideraciones en una atrevida pirueta temporal hasta el mundo de los majos, el hecho de que no tuviesen fl ota ¿no podría ser un signo de adelanto y de ingenio?

Apostaremos por seguir este indicio, situando a los majos, desde mucho antes de 1402, como una civilización avanzada en la externalización del servicio de transporte marítimo. Al fi n y al cabo, alquilar los servicios de navegantes extranjerostambién era algo común en las cortes castellanas. Cabe pues pensar que
los majos no eran solo meros sufridores de la piratería esclavista con base sahariana,sino que también practicaban desde tiempos remotos alguna modalidad decomercio pacífi co con los navegantes norteafricanos Tyteroygatra podía ofrecer un interesante stock de pieles de ganado y de focas, quizá también queso o hierbas medicinales, con los que pagar por ejemplo la reposición de ganado joven y de simientes después de un mal año de lluvias.

Además, entre 1250 y 1400 los majos tuvieron ocasión de incrementar sus contactos externos incorporándose a las redes comerciales de genoveses y venecianos, sin descartar que la isla fuese en momentos determinados base asociada desde la que lanzar razias hacia el continente para la captura de esclavos. Se nos aceptará al menos la ocurrencia de imaginar a los majos elaborando un original embutido de cerdo negro colmilludo, demandado como delicia exótica por los comerciantes de Venecia y los cardenales de Avignon.

Lanzarote tiene pues un largo pasado de llegadas y salidas, de población y despoblación. Probablemente desde tiempos muy anteriores a la conquista.

Este Tyteroygatra tan completo en su cosmos que hemos identifi cado antes, estuvo desde siempre poblado por gentes con origen en tiempos y lugares diversos.

Al nacer en un determinado lugar se hereda culturalmente una cierta percepciónterritorial del hábitat -en el sentido amplio al que nos estamos refi riendo-,percepción que será confi rmada o no por la experiencia propia. En cambio, el foráneo, al que el viaje mismo ya le ha enseñado que ha dejado atrás su mundo anterior, tiene pendiente volver a apropiarse de un territorio desconocido de momento, para lo que no dispone de herencia previa alguna. Es un proceso de integración que puede volverse delicado cuando el número de foráneos es comparable con el de naturales. Diríamos que una cultura acierta en la territorialización de su hábitat si la conceptualización alcanzada es capaz de integrar las expectativas y la tecnología de los que llegan de fuera.

Tyteroygatra tuvo que pasar en numerosas ocasiones por esos momentos delicados en los que una población diezmada por razias o hambrunas vería afectado su equilibrio social por la llegada de unas decenas de extranjeros. Hoy por hoy no es fácil saber quien pobló la isla por primera vez. La probabilidad está del lado norteafricano, pero no es descartable que el primer viajero fuese europeo. Es decir, desconocemos quien estaba dentro y quien llegaba desde fuera en tiempos anteriores a la conquista.

Para el propósito que nos ocupa no es muy importante saber quien llegó primero. Lo trascendente para la estrategia de territorialización de Lanzarote que procede de los majos y que llega hasta hoy día, reside en la frecuencia y en la diversidad de motivos de los trasvases humanos hacia la isla. Los majos deTyteroygatra se vieron por tanto en la tesitura de conceptualizar la isla como tierra de acogida y tuvieron que desarrollar notables habilidades sociales, quedifícilmente podían ser represivas, para la integración de los foráneos. Comodijimos al principio, con el sufi ciente acierto como para que la territorialización aborigen resultase aceptada por las sucesivas oleadas de inmigración que llegan hasta nuestros días.


Académico Correspondiente en Lanzarote por D. Luis Díaz Feria el 28 de abril del 2009
nota: está última parte de la información está rescatada del discurso leído en el acto de su recepción como

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