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Jardín de Cactus


El impacto visual que produce el cromatismo de este lugar es parte de su encanto, que se agudiza al entrar en detalle para ir deleitándose con cada cactus y cada pequeño rincón de esta antigua cantera de ceniza volcánica. César Manrique consigue como nadie sorprender y maravillar de la manera más natural. Su idea de crear un jardín botánico en este inhóspito lugar es ya de por sí un acierto, pero además supo darle una gran personalidad, difícil de olvidar una vez que se ha visitado el Jardin de Cactus. Es la última intervención del artista en el territorio de Lanzarote y un compendio de las pautas estéticas que siguió en sus obras de arte público integradas en el paisaje.

Su capacidad para rehabilitar parajes degradados no tenía límites y en esta cantera lo volvió a demostrar, pues estaba abandonada y convertida en un vertedero a las afueras de Guatiza. En primer lugar reconstruyó el molino de gofio ya en los años 70, cuando comenzó el proyecto, pero por distintos motivos, el Jardin no se pudo inaugurar hasta 1990.

En la carretera de Guatiza, en dirección a Mala, el Jardín sale al paso indicado por la gran escultura de 8 metros de altura que asemeja un gran cactus y que da la bienvenida al visitante, es decir, ya antes de entrar Manrique sorprende. Para comprar las entradas, la pequeña caseta de recepción, con forma de taro (casa de pastores), disimuladamente impide la visión de lo que aguarda dentro del recinto.

Rodeando esta barrera llega la gran sorpresa, el Jardín entero se ofrece a los ojos del visitante, como un gran anfiteatro convertido en parque de atracciones.

No se sabe donde dirigir la mirada, pues todo llama la atención, desde los carteles que indican donde está el servicio hasta los cactus más grandes o raros, sin olvidar el molino que preside la escena desde su privilegiada altura.

La forma circular del recinto parece simular un cráter volcánico, como representante más emblemático de la isla de fuego. La gran escalinata por la que se desciende a las distintas terrazas, donde se exponen los cactus, habla de la importancia del lugar al que se desciende.

El simbolismo lo inunda todo de la forma más natural e intuitiva en el Jardin de Cactus de Lanzarote. El empleo de materiales constructivos del entorno, el uso continuado de líneas curvas, la ausencia de simetrías que no sean naturales, las formas puras cóncavas (hondonadas) y convexas (colinas).

Todos los recursos estéticos del paisajismo más depurado intentan dar la impresión de que el conjunto es una obra de la naturaleza, apenas intervenida por el hombre.

El jardín botánico como tal, dispone de de cinco mil metros cuadrados que acogen cerca de diez mil ejemplares de cactus de más de mil especies distintas, originarias de América, Madagascar y Canarias, reunidas por Estanislao González Ferrer, experto en botánica.

La variedad y cromatismo de estas plantas hacen muy atractiva la visita al Jardín, lleno de enormes y minúsculos cactus de vivos colores.
  
La obra arquitectónica está construida en piedra y en formación de terrazas, muy semejante a un anfiteatro romano, donde se exhiben las diferentes especies botánicas.

Destaca el pórtico de entrada, la tienda y el bar-cafetería, construidos con piedras basálticas labradas a mano.

El espacio lo vigila un molino de viento, dónde antiguamente se elaboraba el gofio, harina de millo, consumida ya por los antepasados de los isleños.

Otros elementos del Jardín son los monolitos basálticos, encontrados allí al restaurarse el lugar, y los estanques con nenúfares y peces, que hacen aún más onírico el Jardin.

En el interior del molino de viento, se puede ver la maquinaria utilizada para moler la harina y desde allí se obtienen estupendas panorámicas de todo el entorno.

El Jardin de Cactus está situado en una zona de Lanzarote lleno de cultivos de chumberas.

El motivo es la boyante industria de cría de cochinillas que existió en el pueblo de Guatiza y Mala.

Estos animales se crían en este tipo de cactus y son un colorante natural para textiles y carmín muy apreciado en otros tiempos.

Los colorantes sintéticos han terminado con esta fuente de riqueza que tenían estos pueblos y ha dejado como testimonio las chumberas (tuneras).

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